15 Jul
15Jul

¿Está la sociedad preparada para una transformación educativa? La respuesta es un rotundo y provocador "No, y no debería estarlo." Esta contundencia no busca desanimar, sino iluminar la verdadera naturaleza del cambio que se requiere. Estar "preparado" implicaría una aceptación y anticipación de lo que por definición es disruptivo; y una transformación educativa, en su sentido más profundo, es precisamente un cambio de paradigma. Ante los cambios de paradigma, la sociedad nunca está, ni puede estar, lo suficientemente preparada.

La transformación educativa no es una simple reforma o una mejora marginal. Es un movimiento instituyente, es decir, una fuerza que busca crear nuevas estructuras y concepciones, dirigido directamente al centro de las concepciones actuales de la sociedad de consumo. Su propósito no es meramente formar individuos funcionales al estado de cosas actual, sino, y esto es crucial, formar individuos que sean capaces, a su vez, de transformar la propia sociedad. Esto implica un cuestionamiento intrínseco de los valores, las prioridades y las lógicas que rigen el sistema vigente.

Siguiendo este orden de ideas, la implicación se extiende más allá de la sociedad en su conjunto. Los propios gobiernos tampoco están preparados para una transformación educativa. Esto se debe a que un cambio de tal magnitud lleva consigo la transformación inherente del concepto mismo de gobierno. En la actualidad, el concepto de gobierno a menudo está más emparentado con el ejercicio del poder vertical y centralizado que con una genuina noción de "gobierno del pueblo" y un poder descentralizado. Una educación que empodera a los individuos para transformar la sociedad inevitablemente desafía las estructuras de poder existentes, propiciando una ciudadanía más activa, crítica y participativa, lo cual puede generar resistencia en quienes detentan el control tradicional.

Esta nueva visión educativa introduce conceptos que están en abierta contradicción con los cimientos de la sociedad de consumo, pero que son intrínsecos a la sociedad del conocimiento y la comunicación:

  • Currículas cada vez más acotadas en cuanto a contenidos conceptuales: Se prioriza la profundidad sobre la extensión, la comprensión sobre la memorización. El objetivo es que los estudiantes aprendan a pensar y a aplicar el conocimiento, en lugar de acumular datos rápidamente accesibles en la era digital.
  • Democratización de esos contenidos: El acceso al conocimiento deja de ser un privilegio para convertirse en un derecho universal, fomentando la horizontalidad en el aprendizaje y la colaboración.
  • Cambios en los papeles y en las funciones del educador y del aprendiz: El educador pasa de ser un mero transmisor a un facilitador, un guía y un diseñador de experiencias de aprendizaje. El aprendiz deja de ser un receptor pasivo para convertirse en un protagonista activo, un constructor de su propio saber.
  • Redefinición del concepto de evaluación: La evaluación se vuelve más formativa, centrada en el proceso y en el desarrollo de competencias, más que en la mera calificación de resultados estandarizados.
  • Aprendizaje individualizado: Se reconoce y valora la singularidad de cada estudiante, sus ritmos, intereses y estilos de aprendizaje, buscando trayectorias personalizadas en lugar de un modelo único para todos.

Estos conceptos, si bien son inherentes a la sociedad del conocimiento y la comunicación, se encuentran en una constante lucha con la sociedad de consumo, que se resiste a abandonar su hegemonía. Esta resistencia se manifiesta a menudo en una sutil estrategia: camuflar lo instituido, lo tradicional y lo que favorece el statu quo, presentándolo como si fuera un movimiento genuinamente instituyente. Así, se promueven "innovaciones" que en el fondo mantienen las estructuras de poder y consumo, vaciando de contenido la verdadera transformación.

En última instancia, la incomodidad social y la aparente "falta de preparación" para una transformación educativa no son obstáculos a lamentar, sino señales de su autenticidad y su potencial disruptivo. Solo aceptando que este cambio implica desafiar paradigmas arraigados, y no simplemente adaptaciones superficiales, podremos avanzar hacia una educación que realmente empodere a las futuras generaciones para crear una sociedad más consciente, justa y verdaderamente renovada.

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