La búsqueda de la excelencia educativa a menudo se ve frustrada por la rigidez de los sistemas. Se nos pide que innovemos y transformemos nuestras escuelas, pero sin las condiciones esenciales para hacerlo: tiempo, imaginación y, sobre todo, autonomía. La verdadera transformación no puede ser impuesta por decreto; debe ser construida desde dentro, en el día a día de las aulas, por quienes mejor conocen a sus estudiantes. Sin un marco de autonomía institucional, el tiempo y la imaginación se convierten en recursos desperdiciados, y las iniciativas de cambio se quedan en la superficie, sin arraigar en la cultura escolar.
La transformación educativa profunda, como la que persigue el Modelo de Cambio Profundo del ISPI 9073, no es un evento, sino un proceso. Requiere que las escuelas se conviertan en laboratorios de innovación, donde la experimentación y el fracaso no sean penalizados, sino celebrados como parte del aprendizaje. Esto solo es posible cuando se le otorga a la escuela el control sobre su propio destino, permitiéndole adaptar el currículo, asignar recursos y diseñar metodologías que respondan directamente a sus necesidades y a las de su comunidad. En este contexto, el rol del Estado no es el de un controlador, sino el de un facilitador que proporciona el andamiaje necesario para que las escuelas construyan su propio futuro.
La imaginación es el catalizador de toda innovación. Para transformar una escuela, se necesita la libertad de imaginar nuevas formas de enseñar, de aprender y de evaluar. Los docentes y directivos deben poder soñar con aulas que no tienen pupitres en fila, con proyectos que trascienden las asignaturas y con evaluaciones que miden el crecimiento personal del estudiante. La imaginación en la educación se manifiesta de muchas maneras:
La imaginación, por sí sola, no es suficiente. La innovación educativa requiere tiempo para madurar y consolidarse. Los cambios significativos no ocurren de la noche a la mañana. Los docentes necesitan tiempo para planificar en colaboración, reflexionar sobre su práctica y evaluar los resultados de sus experimentos.
La autonomía es el marco dentro del cual el tiempo y la imaginación pueden florecer. Es la condición necesaria para que la transformación no sea solo una iniciativa pasajera, sino un cambio profundo y sostenible. La autonomía escolar significa:
En un entorno autónomo, la escuela deja de ser una pieza de una máquina burocrática para convertirse en un ecosistema vibrante y adaptable. El Modelo de Cambio Profundo se alimenta de esta autonomía, ya que sus principios de personalización del aprendizaje, aprendizaje basado en logros y trabajo en equipo solo pueden prosperar en un entorno que confía en la capacidad de su gente para crear el futuro de la educación. El camino hacia la transformación no es un manual de instrucciones, sino un lienzo en blanco que las escuelas, con el tiempo y la imaginación, deben pintar por sí mismas.